lunes, 17 de noviembre de 2008

Alma de piedra Durán

Con tan solo 19 años, Luis Alberto Almandóz tenía más historias jodidas que toda la temporada de “Policías en acción”. Nunca quiso trabajar, anarquista por elección, desertó del colegio en sexto grado porque no quería contribuir con el sistema. Hijo de una familia de buena posición económica, no tuvo una buena relación con ellos por ese efusivo desprecio al capitalismo que siempre ponderó su padre desde su empresa productora de envases de poliuretano. Sus ideales los volcó catárticamente escribiendo letras para la banda punk Urémico hemolítico.


Mar del Plata lo vio crecer con su skate recorriendo las calles, un joven alto, con su remera naranja del Pimpinela tour 98’, su campera de cuero negro gastado, sus jeans rotos y su pelo rubio tan desordenado como su agitado estilo de vida. Pasaba días enteros en la Plaza Mitre, largas noches en la comisaría, riñas en las vías del tren, y tardes tirado bajo el sol fumando en la playa con sus compañeros de andanzas.

Era una persona que no tenía problemas en decir lo que pensaba, y ese orgullo a veces le jugaba en contra, fue echado de su hogar por su constante incursión en la falta de respeto.


El alma de Luis, iba endureciéndose más y más. Pero la incorrección encontró refugio en una vieja casona ocupada a pocas cuadras de la estación ferroviaria. Convivía con personas tan excéntricas como el, artistas plásticos de Buenos Aires que pasaban algunos días en la ciudad, artesanos que subsistían gracias a la venta de collares y la confección de rastas en el centro y hasta con un paralítico que era el patriarca de este clan, se llamaba Octavio, pero lo apodaban “galletita”, porque tenía más agujeros que una Express.

Obviamente no fue tan simple la entrada a este nuevo mundo, debió ganarse el respeto, lo que consiguió a través de las importantes cantidades de víveres que obtenía mediante atracos a los comercios de los barrios cercanos.

En medio de esta sórdida situación encontró en Silvina la pureza del amor. Era una enfermera del barrio que conoció cuando le salvo la vida luego de haber recibido una puñalada en el estómago tras intentar robarse una iguana macho de un pet shop.

Las curaciones del cuerpo de Luis Alberto Almandóz no debían durar más de una semana, pero tal fue la química entre ambos que el período se extendió porque el deber de Silvina era entonces sanarle el corazón y darle vuelta la cabeza como finalmente lo hizo.


Pasó un año y Luis había prometido cambiar y jamás volver a delinquir. Hasta que un día vio en la vereda de un locutorio, una bicicleta todo terreno, se relamió los labios, se arremangó la campera y fue ahí donde renació como ave fénix aquella adoración que tenía de niño por estos rodados. Las palabras de su chica se disolvieron en ese efímero flash donde se decidió por tomar la bici y huir. Una larga carcajada fue la banda de sonido de ese episodio que dibujó en su rostro una sostenida sonrisa tan grande como su prontuario. Adrenalina y felicidad fue lo que obtuvo (y un inlfador al que solo había que cambiarle la gomita).

Pocos días después el dueño del objeto robado se hizo presente en la casa tomada escoltado por un patrullero. Se llevo adelante una requisa en la que la mujer que era asmática murió de un paro cardiorrespiratorio debido a la avergonzante situación que provocó su concubino. Luis Almandóz no soportó tal cargo de consciencia, pidió ser ejecutado pero se le negó esa posibilidad. Finalmente en la comisaria 4º, una semana más tarde se mató cuando trataba de abrir una lata de paté con la boca.

2 comentarios:

•Miserable Fan• dijo...

Nunca cumpliste el pedido de hacer un cuentirijillo de Famularo.

Vos no entendés, ese lugar es un universo sensacional para la señora de la tercera edad. Bombachas talle universal, camisones con puntilla y zoquetes de toalla para dormir.
Espero que cuando cumpla 70, Famularo siga allí. ♥

silvia zappia dijo...

Muyrebuenoelbizarrocuento!
QuieroLEERmássssssssssss!