martes, 1 de julio de 2008

¡Que pena Tomatito!

Busqueda de trabajo, emprender una aventura, conocer un nuevo mundo, todas estas ideas chocaban en la inerte cabeza de Brian Mc Carty un joven de baja estatura, con cabello alborotado y colorado, y obviamente con pecas.

El muchacho de 18 años era procedente de los suburbios de Sheffield, Inglaterra y a media mañana se acercaba al centro de Manchester para robar carteras y gastarlo en golosinas y alcohol. El sabía que no podía seguir transitando ese oscuro camino, algo debía cambiar y tenía que ser pronto. En ese mismo momento se compró una hamburguesa y se subió a un tren con destino Liverpool. Llegó al puerto de la ciudad y mediante unas maniobras de distracción al guardia, logró adentrarse en uno de los containers de los barcos mercantes allí amarrados.

Brian sintió la adrenalina de no saber el rumbo que tomaría la embarcación y su propio porvenir lleno de sueños de progreso y bienestar. Pasaban las horas y las manos le sudaban, el corazón latía como nunca antes, y experimentaba un cosquilleo en el estómago, pero no era normal, era la hamburgesa con esteriquia coli y la oscilación del barco, que le provocaron convulsiones, un largo desmayo y la sensación de dejarse morir.

Cuando la suerte parecía echada, otro polizón acudió en su rescate, un anciano ugandés llamado Bombomé. Le hizo respiración boca a boca, inmediatamente el muchacho inglés comenzó a escupir y a respirar con normalidad, lo que había surtido efecto no era la técnica del sujeto africano, sino el aliento a rata muerta y leche rancia que alertaron las papilas gustativas de Brian.

Recuperó el conocimiento y comenzó a charlar con su compañero, quien le contó hacia donde se dirigían, Buenos Aires. En ese instante, al conocer el rumbo, Mc Carty quiso desistir de su loca travesía y volver a su ciudad, pero todo intento era en vano porque ya habían llegado, el tiempo pasó muy rápido ya que el ugandés lo había sedado con unas pastillas para aprovecharse de Brian sin que él se dé cuenta.

Pisó suelo argentino por primera vez, y Bombomé que ya conocía el país, lo condujo con un grupo de personas que lo podían ayudar. El joven se introdujo en una organización ilícita involucrada en el tráfico de tomates procedentes del Brasil.

Pasó una semana y no había tenido inconvenientes con su trabajo, hasta que un día cruzando la plaza de Constitución, lo detuvo un policía. Le dijo: ¿Qué tenés ahí papi? Nada, nada contestó.

Lo secuestraron la mochila, Brian decía: es para consumo propio!

El oficial lo tomó del cuello y respondió: ¿Te crees que soy boludo? Es una bolsa llena, contestá guacho, donde vas a pegar. El Colo; o Tomatito como lo llamaban en Buenos Aires; debió hablar y fue así que con él cayó un red de verdulerías que comerciaba la codiciada hortaliza obtenida ilegalmente.